Opinión

“SANTA ROSA: NOTICIAS DE LA TORMENTA”. Por Alberto Solis Bonastre*

cuando florecen los lapachos y las aves comienzan a armar sus nidos que luego se llenarán de pichones. El 30 de Agosto es Santa Rosa, y a nuestra región, el litoral y el Nea, llega antes, durante o después de esa fecha. Este año, 2023, llegó después, y la estamos padeciendo, por etapas.  La tormenta trae inundación, y a la ribera del Paraná la sepulta el río. A fines del invierno de 1982, durante un aguacero de casi dos días sin cesar, según los diarios, hubo un récord de víctimas en el litoral.

En esta misma barriada muchos se acuerdan del bebé que en plena noche se tragó el río mientras los padres trataban de subir a un bote. El bebé se le resbaló de los brazos a la madre. Y nadie lo volvió a ver. También en el Barrio San Pedro Pescador, donde trabaja silenciosamente pero con mucho empeño y compromiso el artista y amigo Sergio Falcón, todos están en alerta. Por eso, apenas el viento sopla trayendo del río ese olor a fruta amarga, los vecinos se alarman. Sin embargo, aunque vive a pocos metros de la orilla, don Miguel, pescador del Paraná, no le teme al río.

Estudiando el cielo, la dirección de las nubes y la corriente que se va poniendo nerviosa, el viejo capitán de isla sabe de antemano cuando viene la creciente. Nació en esta zona de la ribera, creció en esta zona, y cada vez que se mudó volvió a la costa. Vida de pescador.

Y ahora en esta tarde de fines de agosto “el mes bravo” (por eso la caña con ruda del primero del mes ocho del año), mientras se sirve una ginebra, se pone a esperar que arremeta las aguas del Gran Río. Porque esta creciente va a ser brava.

Además es 30 de agosto, Santa Rosa. Al igual que la isla donde pasó gran parte de su vida, ubicada entre las costas de Chaco y Corrientes.

Que la santa de la tormenta, la isla donde mora y su mujer ausente se llamen igual, le da para pensar un buen rato. Rosa odiaba vivir en la ribera. Un día de éstos nos va a llevar la creciente, le decía Rosa. A vos te gustaría una muerte así, murmuraba. Cuando se encrespaba, Rosa era como esta tormenta que amenaza, se acuerda Don Miguel. Pero a vos Dios no te va a dar el gusto de que te arrastre el río, le decía ella. Porque antes te van a reventar el hígado y los pulmones por la ginebra y los cigarros seguro. Y él se reía cuando Rosa le pronosticaba que se iba a morir del corazón.

Ella le tenía una paciencia santa, piensa. Y si no se murieron de hambre esa vez cuando lo despidieron del frigorífico de Puerto Vilelas, después de aquella huelga, fue por lo que Rosa ganaba lavando, planchando y cocinando para otros. A él, que había sido delegado gremial, le costó encontrar trabajo en Barranqueras. Por eso decidieron luego mudarse a la Isla.

Tenían una hija. Y Rosa no quería que ella se empleara hasta que terminase de estudiar. Pero la hija no terminó el bachillerato y se juntó con un buen muchacho, mecánico él. Y se quedó a vivir en la ciudad portuaria, donde prontamente le dieron nietos que alegraron su vida.

Ahora, en la isla se cortó la luz. Y aunque amaneció, afuera parece de noche. El viento envuelve la casa con las primeras ráfagas de lluvia. Y cada ráfaga se atraganta en las puertas y ventanas.

Don Miguel prende la radio portátil. Pero se quedó casi sin pilas y apenas se escucha. Un informativo transmite noticias de la tormenta.

Vientos de noventa kilómetros. Doscientas personas evacuadas en la costa correntina, dice la radio, entre interferencias y frituras. Durante la última

inundación, Don Miguel se negó a ser evacuado cuando la lancha de Prefectura vino por él.

No estaba dispuesto a abandonar lo poco que había conseguido con años de trabajo duro, entre pequeñas alegrías y grandes sinsabores. Además, se lo había prometido a su mujer, al borde de la cama del hospital donde pasó sus últimos días antes que se la llevara el cáncer, hace un puñado de años. Su hija pasaba los días y las noches sentada al lado de Rosa, mientras estudiaba sus  ajados libros escolares.

Luego Miguel y su hija se quedaron solos junto al río. Tuvieron que empezar de nuevo sin Rosa, “la reina del río”, le decía cariñosamente don Miguel entre risas, mates y tortas fritas,  en aquellas tardes cuando el sol se marchaba sobre la costa chaqueña.

Ahora el silencio envuelve la ranchada. Sólo el ruido de las ranas, una bandada de teros y chajás que huyen por el cielo oscuro de temer, y un trueno que, de tanto en tanto, anuncia la tormenta, alteran a los perros que descansan en el pequeño patio, ahora ladrando con ganas hacia el cielo y hacia el río. Don Miguel se queda dormido, vencido por el cansancio y el sueño del pobre.

De pronto el viento vuelve a soplar con una fuerza descomunal. El rancho se conmueve y Miguel se sobresalta con las ramas de los árboles que golpean las paredes de madera y adobe.

sacudidas por el vendaval. El río, que fuera su vida durante muchos años, ahora comienza a entrar por la puerta del rancho. La marejada ya alcanza los pies de la mesa de la humilde morada que habían levantado con Rosa, donde habían criado a su hija.

En medio del vendaval, don Miguel siente miedo por primera vez. Agarrado al viejo camastro, y mientras el agua comienza a invadir su rancho, le hace frente al temor, al inminente final. 

Prende como puede un cigarro medio húmedo, se sirve la última ginebra y vuelve a pensar en Rosa. En una de ésas dice, el río va a llevarlo por fin con su mujer”.

*(El autor es periodista cultural, escritor. Columnista de DIARIO NORTE, colaborador del diario PÁGINA/12 y www.noticiasdelparana.com.ar, entre otros medios locales, nacionales, e internacionales).