Chaco

CHACO: Un Rey Desnudo: La Epidemia De La Soledad.

 La irrisión del nuevo virus contrasta con el descalabro que ha ocasionado, del que estamos lejos aún de evaluar sus daños e incluso augurar el desenlace. Un virus poco más letal que una gripe, desnuda la fragilidad extrema de la especie humana. Una infraestructura sanitaria desbordada e insuficiente es apenas una muestra. También aparece cuando los líderes muestran sus propias inconsistencias, haciendo imposible ignorar que el rey está desnudo. También cuando advertimos que el otro a quien necesitamos es al mismo tiempo el otro que puede contagiarnos. Cuando surge un peligro, el primer reflejo es desentendernos. La omnipotencia confía en que no es asunto nuestro: los que se enferman y mueren siempre son los otros. Algunos, aprovechan y dan rienda suelta a su racismo. Así hizo el presidente Trump en su discurso previo al cierre de fronteras de EE.UU., donde calificó al Covid-19 como un virus extranjero. Entonces, lo único que cabe es defenderse del extranjero, considerado él mismo como un virus. Solo que en esta nueva pandemia que enfrentamos no son los inmigrantes asiáticos o africanos que intentan llegar a Europa (intentaban), ni las caravanas de centroamericanos que pretenden llegar a EE.UU. los responsables de su transmisión: los portadores del virus son europeos blancos y cristianos, pasajeros de cruceros de lujo, funcionarios de empresas trasnacionales o turistas de primera clase.

Según el psicoanalista Mariano Horenstein, especialista en fenómenos sociales, esta pandemia dificulta el mecanismo básico de segregación que nos constituye como grupo humano: dejar afuera al distinto, cercarlo, distinguirlo, y así darle consistencia imaginaria a nuestro propio grupo de pertenencia. Y la dificultad radica en que, por la asombrosa rapidez de su diseminación en tiempos globales, ya China queda lejos en la cadena de transmisión, y el peligro es aquel a quien nos parecemos y no de quien nos diferenciamos. Con esa manía humana de distinguir para confortarnos dentro de lo semejante, nos hubiera gustado nombrar a este virus como la peste de Wuhan, tanto como el MERS era la de Medio Oriente o la gripe de siglo atrás era la española, pero los intentos de la humanidad organizada de lidiar con esta amenaza ha sabiamente despojado a la peste de su calificativo chino para reducirlo a un nombre técnico: Covid-19. Pensar en un virus en tanto extranjero, limita nuestra posibilidad de defensa al imaginar que alcanza con cerrar fronteras y denegar visas para permanecer indemnes. A la vez, al asumir que nada hay de extranjero en nosotros –pues el extranjero es siempre el otro, la amenaza– se niega la evidencia de que un virus se transmite en función de vínculos, y que la especie humana es humana justamente gracias a esos vínculos. Y en ese sentido no hay lucha eficaz contra un agente patógeno sin considerar que éste también anida o anidará en nosotros, en nuestras relaciones, dentro de nuestras fronteras siempre porosas con el otro. La especie humana está expuesta desde el nacimiento al desamparo: nacemos prematuros, a diferencia de muchos animales, y es la larga temporada en la que dependemos de otro lo que nos “hace humanos”. Y eso nos hace sentir impotentes, en situaciones como estas”.

. “La realidad”, ese elemento vital para quienes trabajamos en el periodismo,  cambia día a día, hora a hora,  y eso hace que lo que escribamos hoy, (lo que digamos hoy, en radio, tv, etc) sea una “irrealidad a las dos horas”. Y eso hace del trabajo de la prensa (sumado a la cuarentena), en una màs que difucltosa tarea en “búsqueda de la verdad”, o de algún dato veraz, para poder comunicarlo por los medios al resto de la población, ansiosa casi como nunca, “de saber lo que vendrá”.

 EL SER SOLIDARIO

En situaciones críticas, depositamos en otros –ya no en nuestros padres o mayores, ahora en quienes nos gobiernan- la función de cuidado. Quienes mantenían la teoría que “el mercado sostenía la economía y el funcionamiento de la sociedad, de los países”  y el Estado debía mantenerse al margen, se hundieron con su teoría como el Titanic.

Italia, uno de los estamos más afectados por la peste,  tomó las riendas de  “Alitalia”,  aerolínea de bandera en manos privadas, para poder trasladar a enfermos, pacientes, distribuir insumos, medicamentos y otros. Trump exigiendo a la Genera Motors que antes de vehículos, se pongan a fabricar respiradores. Aerolíneas Argentinas trajo “de regreso al país”, en medio de un mundo casi sin vuelos, a casi 15 mil argentinos, además de vuelos especiales de la Fuerza Aérea que hizo algo similar con los viejos y queridos  Hércules C130. Las fuerzas armadas, (sin armas y a favor de la democracia), a contramano casi de la historia, están otorgando 100 mil viandas diarias, en distintos puntos del país, raciones alimentarias para los no tienen acceso a una alimentación básica. Lo mismo lo hacen las organizaciones sociales, voluntarios.  La juventud solidaria (el sector menos vulnerable, aparentemente, de la pandemia),  de distintas extracciones políticas, religiosas. Algo que dentro de “la tormenta”, nos muestra el lado humanitario de la sociedad. Ni qué hablar de los trabajadores de la salud, trabajando a destajo, con recurso que (nunca sabremos) si son suficientes. La cuestión, en definitiva, es así lo que hace unos días veíamos películas de pandemias, cataclismos naturales, mega atentados, como a las torres gemelas, o a la Embajada de Israel y la Amia, en Argentina, sucesos acaecidos sin un aviso previo, ahora sucede “in situ”, en la vida real.  Somos seres de ficción que precisamos ficciones para sobrevivir, ésta es una de ellas.

SOMOS SERES DE FICCION QUE PRECISAMOS FICCIONES PARA VIVIR: ÉSTA ES UNA DE ELLAS.

Horenstein agrega que “aunque una situación crítica sea común para todos, el modo en que cada uno lee el peligro, lo decodifica y reacciona es singular. Aunque puedan trazarse regularidades, las respuestas de nuestra especie son siempre individuales. La gama de reacciones catalogables se encuentra entonces ante la imposibilidad de abarcarlas a todas, tal como le sucediera a Borges con los animales de su enciclopedia china. Fóbicos que extreman su sensibilidad al punto de no querer tocar ni su propio cuerpo devenido en “algo peligroso”; ciudadanos normales ejercitando una paranoia siempre a mano ante un peligro que siempre pareciera acechar desde afuera, obsesivos que tardan más en lavarse que en ensuciarse o histerias desatadas que encuentran en la proliferación de grupos de chat una plataforma tan inédita como insustancial para multiplicarse hasta el infinito. Ni hablar del costado perverso de algunos de nuestros congéneres que encuentran algún oscuro goce en no cuidar al otro del que son responsables, en violar cuarentenas necesarias o pretender “ganar más” con aumentos desmedidos, cuando todos somos menos ante la pandemia.  Horestein dice: “las situaciones críticas siempre son reveladoras, hacen visibles las costuras de los tiempos, las contradicciones de los sistemas políticos, las miserias de nuestros semejantes de pronto convertidos en enemigos. Las situaciones de pretendida normalidad permiten que lo política y moralmente correcto primen, que los buenos modales y el consenso democrático gocen de algún prestigio y que los extremismos ideológicos queden reducidos a los márgenes de la población. Las situaciones de peligro en cambio, como ha sucedido en tiempos de guerra, de dictadura o cataclismo, muestran no solo la verdad de la especie sino también la de cada uno de nuestros congéneres.

 Como escribió el filósofo Hölderlin,  allí donde crece el peligro, crece también la salvación.

El autor del libro “psicoanálisis en lengua menor” agrega que  “en un caso donde es una epidemia lo que está en juego, y donde la vía de contagio es a través de aquellos con quienes tenemos un contacto más estrecho, todo se potencia. Pese a los intentos de nombrar al peligro como extranjero, es el prójimo el peligroso, aquel con quien trabajamos o dormimos, con quien nos movilizamos o a quien compramos o a quien le vendemos o con quien estudiamos o bailamos”. Como escribió el filósofo Hölderlin, sin embargo, allí donde crece el peligro crece también la salvación. Pues es gracias a ese otro que nos constituye y que puede matarnos, que también podemos salvarnos. Es en la microfísica de las relaciones donde se trama un modo efectivo del cuidado, cuidando al otro, cuidándolo incluso de uno mismo.Nuestra especie no solo es capaz de desarrollar vacunas o tratamientos en tiempo real, en una carrera de velocidad con los virus que la amenazan, sino que también sabe aprender de la experiencia, convertir la lógica de infección en la lógica de prevención. Lo que se juega ahora es la posibilidad de que “lo extranjero, lo extraño, lo diferente” (me refiero casi puntualmente a las “personas diferentes”),  deje de existir. Que “el malo” deje de ser siempre “el extraño”.  Y así, la esperanza de convertir el veneno del virus en vacuna. Quizás eso nos haga merecedores, a diferencia de las estirpes condenadas a la soledad, de nuevas oportunidades sobre la tierra.

-Texto e investigación para la chaqueña:  Por Alberto Solis Bonastre:

 El autor es escritor y periodista de nuestra provincia, con más de 30 años de trayectoria. Colaborador en numerosos medios locales, nacionales e internacionales. Especialista en periodismo de investigación, en temas como cultura, Sociedad, Medioambiente, Política y Género. Integra el Area de Prensa de la Subsecretaría de Juventudes y Diversidades del Chaco, desde 2013.